sábado, 26 de septiembre de 2009

La caja de los cuadernos

Después de dos días sin comer, sin dormir, sin beber... dedicada sólo a averiguar cómo demonios alojar imágenes en este blog, me estreno con la crónica que Alicia Lázuli escribió para La caja de los hilos.


   El Sastre me ha dicho que mis crónicas son un disparate, que la gente quiere actualidad, que a nadie le interesa lo que ocurrió hace ya dos semanas y en Jaca. Pero yo soy lenta. Y además, con suerte, tendrá que pasar un año hasta que algo parecido vuelva a suceder, así que aquí estoy, de vuelta con el cuaderno, demasiado pronto.

   Me enteré porque Damián envió un correo recomendando un curso que ofrecía la Universidad de Zaragoza y me pareció buena idea poner fin al verano con un ejercicio literario. Aunque salí de la Residencia Universitaria con tiempo más que suficiente, llegué al Palacio de Congresos –por esa extraña relación que a menudo mantengo con el espacio- cuando ya la directora del Curso, Clara Marta (una loca de los cuadernos que da clases en la Escuela Superior de diseño en Zaragoza) había comenzado la presentación. Me violentó mucho comprobar que todo el mundo se dedicaba a hacer dibujitos mientras ella hablaba y pensé que por muy aburridas que fueran sus palabras no estaba justificada esa generalizada falta de respeto. Cuando Eduardo Salavisa comenzó su conferencia en portugués –apoyado por Marguerida, una mujer fantástica que intervenía cuando había alguna dificultad con el idioma- yo ya intuía que algo no estaba claro. Cuando Antonia Santolaya acabó su discurso ya estaba cautivada y era evidente que una vez más me había equivocado, que aquellas no eran unas jornadas literarias y que estaba rodeada de más de sesenta chalados que no habían ido a Jaca para escribir relatos, sino para dibujar la realidad en sus cuadernos de viaje.

   Los talleres programados para la tarde no iban, por tanto, a consistir en escribir historias a base de figuras retóricas sino en pasear por la ciudad capitaneados por dos de los conferenciantes, dibujando esquinas, edificios, personas o avenidas en la libreta numerada que Choni, una artista de la encuadernación, había construido para cada uno de los participantes. Yo estaba aterrorizada porque lo más aproximado a un dibujo que había hecho en mi vida eran los garabatos en la arena con mi hermano Fede cuando íbamos de vacaciones a Torredembarra. Tuve que echar mano del truco de la cerveza para quitarme de encima la vergüenza. A la tercera caña dibujaba con toda naturalidad al camarero que, al sentirse observado, comenzó a medir sus movimientos como si yo tuviese realmente el poder de inmortalizarlo en el papel y quisiera mostrar su mejor pose. Fue muy emocionante.

  Los dos días siguientes actuaron el resto de los artistas invitados: Simonetta Capecchi, Lapin, Enrique Flores y Gabriel Campanario. Impresionantes todos.

   Me fascinaron los cuadernos que Severino Pallaruelo confecciona con los bolsos destrozados de su esposa. Celebré el error que me había llevado a estas jornadas, aunque me sintiera como el patito feo porque no sólo los conferenciantes eran buenos, también los matriculados en el curso dibujaban de muerte.

   Y si las conferencias y talleres resultaron apasionantes, las noches fueron el broche mágico. Nos reuníamos acabada la cena –que parecía una concentración de psicópatas del lápiz y de la acuarela- en la terraza interior de un bar que hizo de sede tanto como el Palacio de Congresos. Recuerdo a una chavalita rubia con cara de no haber roto un plato en su vida que nos tumbó a todos ya la primera noche. No hay que fiarse nunca de las caritas de ángel. Al trío de murcianos, a Agnes y J., a Beatriz, a Helena la preñada y a la otra loca que se colgaba los cuadernos de la oreja. Recuerdo a Javier de Almería, al de Logroño -que el primer día ya se había ventilado la libreta-, a Edurne la arquitecta, a Encarnación. Recuerdo a Carolina y a su novio, a Toño el largo (y digo largo no sólo por su ingenio, que le quedaban cortas de manga las camisas), al de Alcañiz, a Jonathan, a su joven amigo, a Lapinette… Recuerdo a tanta gente que no es posible dedicarles a todos una frase, porque me pasaría con mucho de los tres mil caracteres que acepta como máximo el Sastre.

  Después de esta experiencia inolvidable, tengo que escribir a mi tía Neus porque he decidido matricularme en la academia Cañada y voy a unirme al colectivo Urban Sketchers del que nos habló Campanario. En las próximas jornadas el patito feo se habrá convertido en el cisne de la acuarela, ya veréis…

Alicia Lázuli

6 comentarios:

clara dijo...

¡Grande!...Le dices a Alicia que siempre tan maravillosa.

4ojos dijo...

Pues ha merecido la pena el insomnio, porque te ha quedado muy bien

Rubén dijo...

Viva ese bonito cisne de la literatura. Y tiemblo al pensar que puede salir de un cruce de patitosketcher y cisne literario. Algo bueno, seguro.
Saludos desde Alcañiz.

Helena dijo...

Un poco sositos los ingredientes de la ensalada. Estaba mucho mejor ilustrada la de La caja de los hilos.

Toño dijo...

Que bonito eso que dices Alicia

Alex dijo...

Bonitas palabras Alicia.
Alexandra (carita de angel,jejej)