viernes, 7 de junio de 2013

Miedo: el techo invisible

fernando-abadia_gente_bus
Imaginaos que hay un tablón de madera en el suelo, de unos seis metros de largo y quince centímetros de ancho. ¿Podríais caminar por él sin caeros?. Ahora, imaginaros ese mismo tablón a una altura de treinta metros, suspendido entre dos edificios. ¿Os atreveríais a caminar por él?. Seguro que muchos de los que habéis respondido "Sí" a la primera pregunta, habréis dicho "No" a la segunda. Pero, ¿qué ha cambiado?.
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La capacidad técnica que se requiere para la tarea, seguro que no. Es el mismo tablón. Pero, por alguna razón no estamos muy seguros de caminar por él. Lo único que ha cambiado es la consecuencia de cometer un error. De repente, un leve error significa la muerte... o al menos varios huesos rotos. Percibir la consecuencia de un error hace que se prefiera no emprender una actividad que, unos instantes antes, se consideraba rematadamente fácil.
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Todd Henry -autor del libro Creatividad Práctica-, utiliza el ejemplo anterior para explicar por qué es habitual entre los creativos, el no arriesgarse por miedo a lo que pueda pasar. En la mayoría de los casos, nuestros miedos son exagerados. Este miedo lo divide en dos categorías: el miedo al fracaso y, lo que es peor, el miedo al éxito. En éste post sólo hablaré del primero.
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Miedo al fracaso
Seguramente es el que nos viene a la cabeza cuando pensamos en el miedo. Evitamos los riesgos porque no queremos equivocarnos. Pero el trabajo creativo siempre es el resultado de asumir algún riesgo. Para lograr algo bueno debemos mirar más allá de nuestro entorno inmediato y arriesgarnos a que nuestras ideas fracasen. Si nos forzamos a ir más allá de las convenciones, es inevitable que otros piensen que algunas de nuestras ideas son malas, pero, al final, las consecuencias negativas de no arriesgarse nunca son mucho mayores que el hecho de que alguien menosprecie lo que haces. Toda una vida de mediocridad es un precio muy alto para sentirse a salvo.
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Nos preocupa nuestra reputación. El qué dirán. Es preciso dejar las zonas donde nos sentimos cómodos y las cosas son fáciles para forzarnos a dar lo mejor de nosotros mismos. Cuando reducimos nuestra implicación creativa por miedo a lo que los demás pueden pensar, estamos "elevando el tablón". Exageramos las posibles consecuencias de un error, de modo que, en lugar de hacer lo que deberíamos, algo que nos apasiona o algo que realmente creemos que puede ser importante, damos un paso atrás. Nos conformamos. Aceptamos la mediocridad.
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El dibujo que encabeza éste post lo realicé la semana pasada en el autobús que sale de la estación Delicias. ¿Qué hago?, ¿lo dibujo o no?, y ¿si no me sale bien?.... casi mejor que no. Total, enseguida me bajo y además, lo tengo justo enfrente. En aquella ocasión, la respuesta a la segunda pregunta fue sí, y el resultado me gustó.
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El de encima es Diego, mi compañero de trabajo al que martirizo una y otra vez a dibujos.  Cogí el dichoso tablón, y lo puse encima de su mesa y la mía. Os animo también a que  crucéis ese tablón esté donde esté. No os quedéis sólo en el pensamiento.
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Buena Cortesía

2 comentarios:

URUMO dijo...

Sabroso vuelves Fernando. Voy por mi tablón.

clara dijo...

Bravo, en todos los sentidos.
Yo ando por la cuerda floja todo el día, pero como soy una inconsciente me pienso que es la junta de las baldosas