01/03/2015
Salgo a ver el camello (dromedario) de los vecinos. A los
saharuais les encanta esta carne. Está en un curioso corral, como los de las
cabras. Estos recintos circulares, hechos de reciclaje como los huertos de mi
tierra, me tienen boquiabierto. Verdaderas esculturas con mucho espacio
alrededor, porque aquí no falta sitio. Y te puedes pasear por ahí contemplando
sus variedades como quien visita una exposición (os muestro uno completo en la siguiente entrada). Está mordisqueando la malla
metálica que da cerramiento al corral.
Mientras lo dibujo acuden los niños de esa casa. Se me ponen
encima, curiosean, se ríen, me piden “caramelo”. Ya apenas puedo dibujar el
camello, así que les digo que posen. Y lo hacen muy sumisos. Quietos hasta que
acabo, que procuro que sea pronto. Me admira la franqueza y seriedad de sus
miradas mientras les dibujo. Y el cariño con el que el mayor protege al
pequeño. Esto del cariño familiar es una riqueza inmensa que tiene esta gente y
puede llegar a emocionarte mucho.
Huyendo del sol que empieza a arreciar y ya dentro de la
daar (casa de adobe) he sido yo el que le he pedido a Jamudi que posara para un
nuevo retrato. Con este me quedo más satisfecho.
Por la tarde, Ahmet, el padre de mi anfitriona Shabu, nos ha llevado a una
loma, al otro lado de la wilaya, que ofrecía un curioso contraluz. Unos cuantos
corrales y jaimas en la ladera de una vaguadita, ya en las afueras. Hemos
bajado a pie hacia lo que llaman el mercado y he dibujado la línea de tiendas y
tenderetes a un lado de la carretera. Ahí se compra, se reposta o se coge un
taxi.
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