Jávea, Nochevieja en casa de mis padres. Estamos digiriendo, hercúleo trabajo en estas ocasiones. La cena acabó hace un rato pero aún falta para las uvas. Polvorones y cava para matar la espera (y eternizar la digestión). Yo me pongo a dibujar el belén y lo que está al lado. Empiezo poco convencido pero en algún momento me doy cuenta de las hojas de flor de Pascua sintéticas, María y José del tamaño de Barbie y Ken, el ángel colgado del cuadro, y de repente todo se me antoja imprescindible y la pluma empieza a ir sola. Lástima que la fluidez no alcance a mis tripas.
El impulso es tan fuerte que al día siguiente todavía me queda gasolina para seguir dibujando rincones de este tremendo escaparate, pero no hay más flores de Pascua sintéticas que me impulsen a meter color.
2 comentarios:
Le sacas jugo hasta a lo más cotidiano e insignificante. Estos dibujos testimonio de lo que hay por nuestras vidas-casas, tienen ese encanto de album familiar, de instantánea de recuerdo pegajoso, familiar e imprenscindible.
Gracias Clara. Siempre tengo la sensación de que el sentido último de las cosas ínfimas es ser dibujadas...
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